La ovalada y las sentidas palabras de una mamá salteña

Texto de una mamá salteña, a propósito de los hechos de público conocimiento que nada tienen que ver con el rugby, aunque lo rozan si querer…

Soy mamá de una pequeña de 6 años y de un pequeño de 17, fanático del rugby, deporte que aprendí a amar entre el miedo y las lágrimas…

Los entrenamientos, los partidos, las prácticas, los viajes, el tercer tiempo, y con ello también los botines, camisetas, protectores y demás. Alegrías, festejos, golpes, raspaduras, días de enojo, de dolor, y sobre todo de aprendizaje…

Desde pequeñito lo ví salir a la cancha orgulloso de su camiseta, sonriente y seguro… más de lo habitual. Al principio me dolía cada golpe como propio, cada caída como propia, y te miraba tratando de integrar un equipo de niños que no te dirigía la palabra. Desde el día 1 se le metió en la cabeza que él sería parte de esa familia que a mí me asustaba mucho…

De a poco lo fueron integrando, y comenzó a sentir ese estado de pertenencia que al fin y al cabo todos buscamos. A pesar de mis miedos y mis angustias que desaparecían cada vez que mi niño regresaba a casa sano y salvo me di cuenta que además de su familia de sangre éste equipo se convirtió en otra familia para él, una familia donde forjan día a día a hombrecitos fuertes capaces de respetar a los mayores como un mandamiento sagrado, a cuidar y proteger de los suyos como si fuesen hermanos, donde no hay diferencias entre gordos, flacos, altos, petisos, que viven en mansiones o en casas de barrios, que estudian en escuelas públicas o privadas… porque cada uno sabe que su rol es totalmente importante para que el equipo gane. Una familia donde al entrenador se lo respeta, donde todo se comparte, donde el rival frecuentemente se aloja en casa, donde solo importa divertirse y jugar en equipo, una familia donde la caballerosidad entre todos es lo más importante.

Lo vi hacer un try y que todos sus amigos lo abracen, lo vi pasar la pelota a un compañero, lo vi tacklear para volver a recuperarla, lo vi caerse y levantarse… muchas veces! Lo vi llorar por un golpe, lo vi jugar dolorido por un tackle recibido, y también lo vi reír como nunca antes. Lo vi jugar bajo la lluvia, meterse en los charcos, embarrarse hasta quedar negro, lo vi al final de un partido darse la mano con el oponente, para luego, fundirse todos juntos en un tercer tiempo.

Cuando vi la noticia de la muerte de Fernando Báez Sosa, de 19 años, en Villa Gesell tras ser atacado por una patota de rugbiers a la salida del boliche «Le Brique», no podía dejar de pensar que Fernando podría haber sido mi hijo, en ningún momento se me cruzó por la cabeza que mi hijo podría haber sido un integrante de esa patota. Doy fé que el rugby lo llevó por un camino de buena salud, de fortalecimiento interno y externo, pero por sobre todas las cosas apoyó las normas, las reglas y los modales que se le enseñan en casa: sobre todas las cosas ser una buena persona.

Éstos últimos días me he sentido con más temores de lo normal, el solo hecho de imaginar el dolor que está pasando la familia de Fernando Báez Sosa, pensar que en cualquier momento nos pueden arrebatar la vida de nuestros hijos me da miedo y mucha bronca. Pero también me preocupa lo que debe estar sintiendo mi hijo al escuchar o leer que todos los jugadores de rugby son chetitos, nenes de mamá que lo único que saben es violar y pegar.

Él siempre me habló del rugby con amor y orgullo. Y no quisiera que esto cambie, porque el rugby lo mantiene fuera de las calles, lo mantiene ocupado, y sus valores se han ido fortaleciendo; él no se siente superior a nadie, no es violento ni agresivo, no pertenece a una familia adinerada, y sobre todas las cosas “siente”, siente dolor por la muerte de Fernando, siente repudio por la falta de conciencia de éste grupo de chicos que asesinó a otro sin motivo alguno, y que fueron capaces de culpar a alguien por costumbre, por broma, por bullying. Es terrible!!!

Me duele!!! Me duele nuestra sociedad, me duele la saña y el odio en el que vivimos, me duele que no se respete la vida humana, me duele Fernando, me duele su familia, me duele…

El querido salteño Juan Figallo, jugador de los pumas, dijo en un comunicado que sería muy positivo que referentes del rugby debatan para encontrar una solución y concientizar a los jugadores con respecto a la violencia. Entender que el rugby para poder jugarlo hay que entrenarse y prepararse, generando que el cuerpo sea más grande y más fuerte que alguien que no lo practica y que no está preparado a recibir impactos como un jugador.

Obviamente desde los clubes de rugby se debe concientizar a los jugadores, se debe especificar que la camaradería es sólo en la cancha, que fuera de ella cada uno sabe lo que está bien y lo que está mal, y que si uno se sale de lo que está bien él resto debe marcárselo y no seguirlo sólo por ser parte de un equipo. Que tener un entrenamiento que los haga fuertes no es significado de poder tacklear a alguien en la calle, por el contrario, debe ser prohibido, al igual que como los boxeadores: fuera del ring nada de peleas.

No tengo duda alguna de que esto se enseña en el club de mi hijo, porque lo veo en su accionar.

Mi hijo es rugbier, el rugby es un deporte y no una escuela de asesinos.

Carla F. Arias


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