¿Qué es el espíritu del rugby?

Sin temor a equivocarme puedo afirmar que el rugby es ante todo un deporte. Sin embargo, el paso del tiempo en complicidad con el crecimiento y evolución que ha exhibido nuestro juego, le ha agregado algunas facetas adicionales.

 

En efecto, hoy el rugby no es solo un divertimento, sino también un espectáculo multitudinario y un suculento negocio. Basta con observar las ganancias económicas que ha dejado el Mundial disputado en Francia para afirmar que el rugby es un producto cada vez más apetecible.

 

Incluso, podríamos ampliar aún más su campo de acción, porque nuestro querido deporte vuelve a sentir el orgullo de volver a ser una disciplina olímpica. Un eslabón más para un deporte con carácter multifacético.

 

Pero, más allá de valoraciones y opiniones diversas que se tenga respecto del juego, existe coincidencia de que el rugby es – y ha sido siempre – una herramienta transformadora. Es decir, un vehículo inigualable que – bien utilizado – está en condiciones de cambiar la vida de la gente.

 

Ese carácter peculiar por excelencia es el que hace del juego del rugby un deporte absolutamente único. Ese elemento adicional y distintivo es el que podemos emparentar con “el espíritu del juego”. Y ese espíritu forma parte importante de su esencia, porque el rugby ha estado desde siempre ligado a su costado formativo.

 

Ya en sus comienzos, fue ideado como instrumento para ordenar y guiar la vida de los jóvenes.

 

Aquella monumental obra gestada por Thomas Arnold, Director de la Escuela de Rugby (en los 1800s), fue concebida como un medio eficaz para formar personas, como un instrumento idóneo para lograr disciplinar a cientos de alumnos ingleses propensos al descontrol y a la falta de límites en aquel entonces.

 

A través de su espíritu, el rugby logra llegar a su esencia como deporte. El espíritu del juego lo enaltece y lo eleva por sobre el resto dentro del amplio universo del deporte.

 

Preservar su espíritu es trascendental, porque está claro que un rugby huérfano de valores y principios filosóficos no sirve como herramienta transformadora. El rugby excede lo que significa el juego en sí mismo, porque el rugby es su reglamento pero también su espíritu.

 

Ese espíritu, que custodiado y transmitido de generación en generación, ha logrado mantener su esencia hasta nuestros días y es por ello una tarea y un compromiso de todos respetar su filosofía para que siga perdurando a través del tiempo.

 

Pretender separar lo que hace específicamente al juego de lo que significa su espíritu puede conducirnos a una equivocación porque el espíritu del juego y sus principios fundacionales se forjan a partir de las características particulares que presenta el rugby.

 

Ambos conceptos están interconectados y no podría entenderse uno sin el otro. Sin espíritu sería imposible jugarlo; sin sus reglas y caracteres particulares, no se habría forjado ese espíritu para practicarlo.

 

Si bien resulta difícil precisar y definir la palabra “espíritu”, podría decir, sin temor a equivocarme, que “el espíritu del juego” es la llama que ilumina el camino del rugby. Es el candelabro que guía nuestro deporte a través del paso del tiempo, o bien una suerte de brújula que conduce a las nuevas generaciones a buen puerto a fin de que no pierdan el rumbo.

 

En el rugby, el espíritu es la letra no escrita. Es ese código de conducta que no necesita editarse ni publicarse, porque ha sido transmitido por millones, de generación en generación, a través de los usos y costumbres. No lo podemos ver, pero sabemos que existe y está siempre presente.

 

En el rugby el espíritu refleja lealtad, corrección y caballerosidad; trasluce hidalguía y grandeza en la victoria, y también corrección y buenos modales en la derrota.

 

El espíritu del juego es solidaridad, entrega sin límites y compromiso.

 

Muchos habrán de preguntarse donde se encuentra el espíritu del rugby, y seguramente variadas respuestas se dispararán en forma casi inmediata.  Es posible que algunos, esgrimiendo argumentos convincentes, indiquen que el espíritu del rugby está solo “en la cancha”, y otros posiblemente dirán que únicamente está presente durante “el tercer tiempo”.

 

Sin ánimo de polemizar me atrevo a sugerir que el espíritu del juego está en todos y cada uno de los rincones donde se respira rugby.

 

Está en la cancha, porque sería imposible practicarlo si no estuviera siempre presente, pero también fuera de ella. Trasciende y sobrepasa los perímetros de un estadio y se muestra custodio de cada recoveco donde se respira Rugby.

 

En efecto, no se extingue dentro de los perímetros de un estadio, sino que recorre cada lugar donde el rugby es motivo de encuentro: tercer tiempo, vestuarios, reuniones, charlas informales y fiestas de camaradería.

 

Está claro que el rugby se ve enriquecido por las enormes diferencias entre sus países miembros.

 

Más de tres millones de jugadores diseminados en ciento diecisiete países le otorgan al juego una amplitud y una diversidad nunca antes observada. No obstante, esas diferencias externas en su esencia no son tales.


La talla y fortaleza física de los sudafricanos, la técnica depurada de los australianos, la imprevisibilidad de los franceses, el temperamento y la garra de los argentinos, la pasión de los irlandeses, la vehemencia de los samoanos, la plasticidad de los fiyianos, la velocidad de los keniatas o la bravura de los neozelandeses logran sintetizarse y confundirse en un solo hilo conductor: el Espíritu del Juego.


El espíritu no reconoce diferencias ni repara en latitudes, razas o nacionalidades. Es uno solo y equipara a todos haciéndolos absolutamente iguales. Ese denominador común posibilita que, más allá del dialecto de cada equipo, los jugadores se entiendan y logren hablar «el mismo idioma.»

 

El espíritu es esa poción mágica de entendimiento, que permite acortar distancias, romper barreras y aunar a toda la familiar del rugby en una sola y misma dirección. Conservar, preservar y respetar ese espíritu es una obra y una tarea de todos y cada uno de nosotros…

 

Por Sebastián Perasso

Opinión

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