La gran familia del rugby

No hay dudas de que todo lo que suceda alrededor de nuestro querido deporte dependerá en gran medida de la labor de quienes integramos esta gran familia.

 

Los aciertos y desaciertos, nuestras miserias y bondades, nuestra indiferencia o disposición al juego, son lo que decidirán las relaciones entre sus miembros y conducirán al rugby hacia una determina dirección.

 

En definitiva, cada uno, desde su lugar, tiene – tenemos, en realidad – una enorme responsabilidad frente al deporte que tanto queremos, porque la salud del rugby depende estrictamente de nosotros.

 

Pero ¿quiénes integran esta gran familia? ¿Cuáles son sus componentes?

 

Jugadores, entrenadores, dirigentes y espectadores son los cuatro componentes principales de este deporte. En ellos recae la responsabilidad por la salud del juego. De su labor dependerá en buena medida el crecimiento y evolución del rugby.

 

En un rugby siempre dinámico, volátil y en continua transformación, debemos saber que estamos frente a un panorama complejo que requerirá, muchas veces, no solo nuestra capacidad y sapiencia sino, por sobre todo, nuestra tolerancia, paciencia y entendimiento.

 

En ese rugby pleno de transformación, nuestro país rugbístico deambula muchas veces entre debates acalorados y pasiones desbordadas, en el que asuntos tan sensibles como el profesionalismo o la conservación de los valores suelen despertar las antinomias más marcadas.

 

Pues bien, todo debate debe ser bienvenido siempre que sea acompañado por un marco de humildad, racionalidad, grandeza y respeto mutuo.

 

Nadie debe sentirse ofendido ni injuriado por un pensamiento diferente o por una opinión discordante

 

Debemos partir de la base que, más allá de opiniones o puntos de vista, a todos nos une la misma pasión por el juego. Aquí no hay enemigos ni conspiradores, pues todos integramos y formamos parte de la gran familia del rugby.

 

Por ello, para un “rugbier” (en sentido amplio) no debe haber nada mejor que otro “rugbier” pues ello significará unidad en la diversidad y unión a pesar de las diferencias.

 

En la búsqueda de soluciones surgirán marchas y contramarchas, discusiones fuertes y debates pasionales pero que – indefectiblemente – enriquecerán el debate sobre el juego.

 

Ahora bien, más allá de opiniones discordantes, a todos nos deben unir los   mismos objetivos. Esos que pregonan que el rugby es un medio y no un fin en si mismo. Y para la consecución de esos fines, nada mejor que defender a ultranza sus valores y principios fundacionales.

 

En síntesis, debemos buscar coincidencias de fondo, aunque – claro está – muchos tendrán distintas formas o medios para alcanzarlos. Esa comunión de ideas y objetivos concurrentes le permitirá al juego salir airoso de cualquier tropiezo.

 

Por otra parte, debemos asumir la tarea conjunta de mantenernos aislados de la creciente ola de crispación. Actuar con grandeza e hidalguía. Transitar el camino del rugby de la mano de la mesura y el respeto significa honrar los principios y valores que hacen de este juego un deporte sin parangón.

 

Que el respeto, el acato a las reglas y normas, sea moneda corriente y no la excepción a la regla.

 

No hay que descuidar el valor de la palabra empeñada, los gestos nobles y la ayuda sincera y desinteresada porque ellos son el pasaporte para que el juego siga siendo lo que ha sido siempre.

 

No es una obviedad decir que para conservarse sana y saludable el rugby necesita del soporte y la ayuda de todos sus componentes que conforman esta gran familia. En ese sentido, nadie debe escapar a sus responsabilidades.

 

Ahora bien, toda la responsabilidad ¿debe recaer sobre los jugadores? ¿Son los únicos responsables de conservar vivos los principios y valores? Definitivamente no, porque son ellos el fiel reflejo de lo que reciben de los demás: entrenadores, dirigentes y espectadores.

 

Si desde las gradas perciben falta de educación, entonces ello generará un efecto contagio dentro del campo de juego. Si desde el banco de suplentes se respira intolerancia o descontrol el jugador será fiel reflejo de lo que se ha percatado.

 

Es que la intolerancia baja siempre desde la tribuna, sale despedida del banco de los suplentes y se deposita indefectiblemente dentro del campo de juego.

 

Alguien dijo alguna vez, que la regla de oro en el éxito de un equipo reside en que cada integrante cumpla eficientemente su rol.

 

En iguales términos, si consideramos a la familia del rugby como un verdadero equipo, cada parte debe hacer su contribución para con él, sabiendo que el éxito propio redundará en un mejor deporte para todos.

 

Los jugadores deben jugar con honestidad y respetando no solo el reglamento, sino también ese código de conducta no escrito llamado espíritu.

 

Los entrenadores, deben asumir su enorme responsabilidad como educadores y formadores de opinión.

 

Los dirigentes, deben saber ciertamente que, detrás de cada jugador, hay una persona, que como tal necesita empaparse de principios y valores para su vida en sociedad.

 

Por último, los espectadores, que muchas veces se sienten ajenos a las responsabilidades, deben asumir su importante rol a fin de no manejarse desinteresadamente. Son ellos los que muchas veces alimentan desde la tribuna la intolerancia en todas sus formas. El hecho de asumir su importante rol implica entender la responsabilidad que significa formar parte de este juego.

 

Por fin, todos, debemos ser los custodios o guardianes de la filosofía del juego, no sólo omitiendo actos que la dañen o menoscaben sino evitando el accionar de otros en ese sentido.

 

Por Sebastián Perasso

Opinión

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