El rugby enseña

El rugby enseña, pero es cuestión de tiempo y de querer aprender. Todos nos equivocamos. Nos animamos a muchas cosas sin saber o sin medir sus consecuencias previamente.

El tema (o problema) es que esas consecuencias en la mayoría de los casos no sólo implican al aventurero o emprendedor (que podría argüir en su momento tan soberbia como equivocadamente ‘si después soy yo el que me la banco, el que le pongo el pecho’, o frases por el estilo), sino que también involucra a otras personas. A partir de acá el tema da para largo, pero voy a tratar de ir por el camino de hacernos cargo de lo que hacemos.

Lo más fácil es empezar a echar culpas y no reconocer errores propios, que nos hemos equivocado, más allá de la gravedad e implicancias del caso (buscar chivos expiatorios, embarrar la cancha, salpicar para todos lados, como se dice, entre otras alusiones alegóricas), y lo más difícil aún, actuar en consecuencia, asumir responsabilidades. No declamado o declarado esto, sino realmente que se vea, que se sienta, que se note, y más allá por supuesto de las repercusiones legales, jurídicas, económicas, etc. Y hasta incluso, y como suele suceder, que nos llegáramos a equivocar en lo mismo en un futuro más o menos inmediato. Una cosa no quita la otra.

Al hablar de códigos y no de valores, lo que estamos haciendo es, ‘sagazmente’ (no sé hasta qué punto, al menos eso parecerían creer algunos, o que se la van a creer los demás), encubrir una realidad bajo el tópico de la esfera de lo privado o lo íntimo, algo que per se no anda o no está bien. Modernismos o aggiornamientos del lenguaje, distractivos al fin. Patear la pelota a la otra cancha. Pero el público no es tan tonto, sabe analizar la película, a sus actores, directores, … .

Acá hay gente que trabaja (conforme a la primera acepción según el diccionario: desarrollo de una actividad que requiere un esfuerzo sea físico o intelectual) y otra que trabaja (siguiendo la segunda, que ya hace alusión a la contraprestación pecuniaria; es decir, cobrar por ese trabajo, y en donde más de uno tiene salarios más jugosos que un buen asado!). Tratando de no entrar en polémica (por eso habrán notado que trato de omitir esta palabra respecto al rugby), creo que cualquiera de ustedes puede apreciar claramente las diferencias sin entrar en ninguna clasificación mucho más exhaustiva del término (que da para mucho).

Pasa que paradójicamente los que más posibilidades de expresarse/mostrarse (sea porque lo busquen o los busquen), son los del segundo grupo. Los del primero, mientras, siguen pongalé nomás, desde sus humildes, pero significativísimos roles (porque ellos lo hacen así, ejemplarmente, más para el qué serán-esos jóvenes rugbiers, futuros hombres de bien -, que para el qué dirán-estos ‘lleveytraigan’ o ‘figuretis’ de siempre). Decía, todos y tantos colaboradores en general, verdaderos co-educadores que han contribuido y lo seguirán haciendo en la formación de tantos niños y adolescentes, en sus respectivos clubes, uniones, ligados más directa o indirectamente, pero casi siempre desde un lugar o posición desinteresada (en el campo de lo personal, en todo caso el interés es altruista, elevado, contributivo a la sociedad).

De estos ejemplos algo también se habla (el destacado ejemplo de Duendes como club, el de algún libro que cuenta alguna historia emocionante y profunda ligada al rugby, alguna que otra carta oportuna de algún dirigente agradecido y considerado, etc.), es cierto, y que si se hablara mucho, también perderían un poco su esencia. Pero de esto se nutre nuestro rugby, y la más o menos gran cantidad de gente que forma parte de este deporte en nuestro país, le sigue poniendo el hombro y sosteniendo esta gran estructura.

Estos dos grupos, reales, existentes, tendrán que aprender a convivir. Está claro que la convivencia por ahora está difícil, como para pensar en consultar a un abogado.

Echarle la culpa a la plata, al poder, lo de siempre. No, no?

Por Mariano Lemoine, desde Mendoza, especial para Tercer Tiempo

Opinión

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