Mi club, mi casa

Desde la ventana de mi pieza se visualiza un bello lugar lleno de un verde césped, veo en él muchos niños, también adultos. Algunos juegan, otros no, sólo se quedan a un costado de las líneas blancas. Los veo corriendo y sonriendo siempre, juegan en una cancha que no tiene arcos ni aros. ¿Raro no? A que estarán jugando? Yo los veo ir constantemente para el frente, no patean la pelota, la agarran con la mano, se la pasan para el costado o para atrás, jamás para adelante.

Siempre aparecen los otros, los que visten la otra camiseta, para sacársela o al menos intentarlo. Corren hacia dónde hay unas H grandes, y apoyan una pelota ovalada atrás de ella o al lado. Luego de ello se abrazan, a veces se tiran al piso para festejar y otras buscan a sus amigos para chocar sus manos.

También he visto que se la sacan y quedan en el piso. Se consuelan entre ellos… pero lo más loco que vi, es que aún rengueando se levantan y siguen. Me da la impresión que fingen estar bien, pero en verdad se están bancando los dolores en silencio. Cuando eso ocurre son aquellas personas más grandes que se acercan y les hablan, parecen ser sus padres, porque los calman y logran que limpien su llanto y se animen devuelta a jugar pero…. no lo son. Esos niños los miran con mucho amor.

Yo he pasado horas mirándolos, me cuesta entender lo que veo, se juntan con los rivales, se dan la mano y se van todos juntos a celebrar. No veo hinchadas separadas, tampoco policías. Muchas veces oigo cantos, veo gente de distinta camiseta que se saludan y se palmean, he visto también que cuando un árbitro les habla en un partido , bajan la cabeza con sumo respeto.

Qué deporte más raro… me lo digo una y otra y otra vez… Se llaman con apodos, siempre resuena la palabra lucha, hermanos, trabajo en equipo. Un día no aguante más y me llegué hasta la puerta de aquel lugar lleno de magia para mí, me topé con un niño como yo, solo que estaba vestido con un uniforme, tenía tierra en su cara y barro en los botines, estaba todo sudado y cargaba en sus espaldas una enorme mochila. Saludaba a cada uno que se iba y ese cada uno le respondía de la misma manera. Se escuchaba a su mamá que le decía que se apurara y a otra que decía que una vez más, alguien se había olvidado una prenda tirada en la cancha. Se iban abrazados, haciéndose zancadas, tocándose las cabezas.

Pensé… que hermosa amistad y me sorprendí tanto tanto con todo lo que cuento, que por un momento deseé ser ese niño, y formar parte de ese mundo. Yo solo sabía del deporte que se habla siempre en mi casa. No aguanté y me acerqué aún más, y le pregunté: ¿A que juegas? Me dijo a divertirme con mis amigos. ¿Y como salió el partido? No sabemos de resultados por ahora, presentimos que hay partidos que ganamos y otros que perdemos, pero cuando estamos juntos los dolores siempre encuentran alivio.

¿Y quienes son esos hombres que siempre les hablan? ¿Y los niños de otras camisetas? Esos hombres son mis entrenadores, ellos nos regalan lo más valioso que tenemos todas las personas, su tiempo, siempre nos dicen lo que necesitamos oír. Los otros niños son mis pares, mis camaradas. ¿Y a que juegas? ¿Vos que sos? ¿Como se llama éste lugar? Juego al mejor deporte del mundo, el que transforma tus debilidades en grandezas, el que te forma para la vida. Con un enorme amor me dijo: yo soy rugbier y a eso juego. Éste mágico lugar se llama mi club, mi casa… Sos muy bienvenido o bienvenida en ella… ¡Esto es Rugby!

POR LORELEY MARTÍ