La crespense Maggi Castro y un legado de una década que prevé no tener fin

La historia de la entrerriana Magdalena Castro, es otra de esas tantas que regala el rugby provincial y que bien merece ser contada. Como tal, cuenta con distintas particularidades y denominadores comunes que pasan por la resiliencia y un rumbo claro.

Maggi o Polli, como es conocida en el ambiente, nació en Crespo el 26 de septiembre de 1995. Hija de Sonia y Pablo, nieta de Rosita y Anita, hermana de Rosario (25) y Julián (3), creció en un entorno vinculado desde su niñez a la Asociación Deportiva y Cultural. Durante su infancia practicó atletismo y tenis, hasta que llegó con su adolescencia el turno rugby, una disciplina -que según afirmó- le dio mucho y la llevó a atravesar situaciones de encanto, felicidad, tristeza, risas y llanto. Pero, por sobre todas las cosas, este deporte le fue dejando un aprendizaje que hoy, además de disfrutarlo, lo usufructúa cotidianamente.

En su década de carrera, la crespense vistió numerosas casacas. Lució la camiseta de equipos ya disueltos, así como de otros que todavía están en competencia y algunos incluso, en pleno auge. Jugó para Cultural, Asociación Rugby Femenino Paraná, Estudiantes, Querandí de Santa Fe, Alma Juniors de Esperanza y Old Resian de Rosario, donde milita en la actualidad. 

También disfrutó de certámenes a lo largo y ancho de la geografía nacional, como el Seven del Fin del Mundo en Ushuaia, el Seven del Lago en Concordia o el Five Beach de Gualeguaychú, entre tantos otros. Además, se dio el gusto de disputar con dos representativos distintos, el Seven de la República, al defender los colores de la Unión Santafesina y de la Rosarina.

Ella sostiene de algún modo, que claramente el rugby intervino en su formación. No obstante, da cuenta de la desigualdad que existe entre ambas ramas. 

En diálogo con MIRADOR ENTRE RÍOS, la polifuncional jugadora dio cuenta de su historia y su visión, a través de la cual prevé trabajar a futuro.

-Desde que diste tus primeros pasos en el rugby al día de hoy, ¿cómo fue tu evolución?
-En realidad jugaba al tenis en Cultural, el rugby a decir verdad no me gustaba. Por una cosa u otra, entre superposición de horarios y demás, se me complicaba seguir. Fútbol no quería hacer, así que por descarte llegué a la ovalada. En ese momento, en 2013, no había un equipo femenino conformado, así que me entrenaba con los varones. Después, apareció el rugby femenino en Unión, aunque era el clásico rival y yo toda mi vida fui de Cultural. Así que, gracias a una amiga crespense que vivía en Paraná, Araceli Villanueva, arribé a lo que era Asociación Rugby Femenino Paraná. Jugué un tiempo ahí y me lesioné el ligamento de la rodilla izquierda. Ya estaba enganchada con el deporte tanto que dejar no era una opción. Se disolvió la ARFP y jugué para Estudiantes, en el lapso que llegó a tener rugby femenino. Aproveché que había empezado la facultad, Abogacía, en Santa Fe, así que seguía viajando. No hacía más el viaje Crespo-Paraná, pero sí Santa Fe-Paraná. Pero lo disfrutaba…
Después por cuestiones de tiempos y dada la desaparición del rugby en el CAE, intervine en Querandí. Antes había tenido alguna participación con el seleccionado entrerriano. Ya jugando para Querandí, me llamaron de la Unión Santafesina de Rugby y acepté, por una cuestión de traslado, más que nada. Tiempo más tarde, me salió la posibilidad de irme a jugar a Esperanza. Y ahí me volví a romper la rodilla izquierda y no me quedó otra que pasar por el quirófano. Fue duro. Pero ahí estuvieron al pie del cañón fundamentalmente mi abuela Rosita y mi mamá, que me re bancaron. Tuve que volverme a Entre Ríos y hacer un impasse en todo lo que venía haciendo, inclusive el estudio. De todo, fui aprendiendo algo. Tanto de lo malo como de lo bueno porque en cada club, hubo una etapa y muchas historias. Con la pandemia tuve un parate obligado y después a la hora de volver, volví a Old Resian. Ya preparada. El aspecto físico era la clave. Y volví a éste, un club muy competitivo y organizado, algo que no abunda en el rugby femenino en todos los niveles. 

Pasa seguido que el rugby femenino es ‘tierra de nadie’, entonces nadie se quiere involucrar mucho y en muchos casos, los que se involucran son malas personas o frustrados que nunca cumplieron sus metas en el rugby, así que llegan y se desquitan con las chicas. Esto hace que a veces, las jugadoras se desilusionen y terminen dejando la actividad.

-Considerando estas experiencias, ¿sentís que existe una diferencia expresa entre el rugby femenino y el masculino? 
-Si, creo que es una diferencia fundamentalmente en lo estructural. Existe una suerte de imposición en muchos lugares de que al rugby femenino ‘hay que ponerlo’ porque lo pide la UAR, pero no se consideran muchas razones. 
Cuando hablamos de igualdad, no tenemos que hacer referencia a que todos somos iguales. Lógicamente que todos tenemos diferencias, pero la idea debería ser que en esas diferencias se apaleen las condiciones desiguales para que todos tengamos las mismas oportunidades. En este caso, no se tiene en cuenta la realidad de las jugadoras, su formación, etc. y se las termina dejando de lado, por ejemplo en materia de lesiones.
Pasa seguido que el rugby femenino es ‘tierra de nadie’, entonces nadie se quiere involucrar mucho y en muchos casos, los que se involucran son malas personas o frustrados que nunca cumplieron sus metas en el rugby, así que llegan y se desquitan con las chicas. Esto hace que a veces, las jugadoras se desilusionen y terminen dejando la actividad.

-De acuerdo a tu análisis, ¿cómo creés que se pueden reorganizar estos aspectos desiguales en el deporte?
-El día que me reciba de abogada, quiero dedicarme en gran parte al derecho deportivo en instituciones amateurs. Me gustaría idear proyectos en los que se involucre más a la mujer, dependiendo de cada realidad. Es complicado también el hecho de que el rugby pueda ser mixto en divisiones infantiles y a los 15, ya sea otra cosa. Y por ahí se espera de las chicas, a los 15 o 16 años, algo que no se espera de los chicos, que vienen jugando juntos de toda la vida.
En los casos en los que exista una estructura adecuada, tampoco se nos capacita a las jugadoras para que conozcamos nuestros derechos. Ojo, así como hay derechos, también existen las obligaciones. Lo importante es que todas se puedan informar. No es tan difícil acomodar las cosas, sino que ponen de golpe el rugby femenino y esperan que se amolde instantáneamente a lo que es el rugby masculino y eso es muy difícil de lograr. El deporte podría estar mejor, pero falta saber bien el qué y el cómo de la evolución o el camino que se pretenda llegar. Hay mucho por hacer en el rugby también en materia social. Creo que si más chicas se involucran y capacitan en estos aspectos, el tema podría cambiar. Por eso, en mi caso me gustaría el día de mañana involucrarme desde el lado del Derecho, para poder llevar a cabo distintas ideas. Mientras tanto, continuaré disfrutando del juego. Yo pienso que siempre va a seguir creciendo, porque va a haber más chicas jugando y más clubes, pero la evolución pasará por otro lado.