Dos entrerrianos que desde su lugar, hicieron historia

Una de las particularidades que tiene el rugby, es que se presenta como un deporte integrador. Es una disciplina para todos. Sin importar características físicas, cualquiera puede practicarlo. De hecho, hasta puede señalarse que existe una posición para cada contextura.

Asimismo, jugadores hipoacúsicos se desarrollan a la perfección en un deporte cuya comunicación dentro del campo es clave.

El rugby de sordos trascendió a nivel mundial y en Entre Ríos no fue la excepción de la mano del paranaense Rodrigo Villagra y del gualeguaychuense Juan Alberto Faiad, quienes constituidos plenamente en el Paraná Rowing Club y Carpinchos Rugby Club, dejaron una huella en cada una de sus instituciones.

Nucleados todos los jugadores federados con la incapacidad de escuchar sonidos en el elenco de su país, la actividad crece a gran escala.

De hecho, cada uno en su época, tanto Villagra como Faiad representaron a Argentina.

El “Deaf Rugby”, como es reconocido internacionalmente, tiene su propia Copa del Mundo, cada seleccionado lleva adelante giras y disputa amistosos al igual que cualquier otro elenco convencional.

Pese a que todavía hay muchos mitos alrededor, es importante entender el sistema de juego para conocer cómo se desarrolla cada partido.

EN LAS PÁGINAS DORADAS

Rodrigo Villagra y Juan Alberto Faiad, representaron al país tal como lo hicieron los demás entrerrianos que a lo largo de los años jugaron para los distintos seleccionados nacionales.

El Tuti, como es conocido Villagra en el ámbito del deporte paranaense, ya no se encuentra en actividad aunque dejó su legado, numerosos amigos y un gran amor por su club, en el que jugó desde pequeño y al que todavía acude para presenciar los partidos que juega principalmente el Plantel Superior.

Usualmente como wing o fullback, se desempeñó entre 2001 a 2004 con el equipo argentino de sordos, del que atesora los mejores recuerdos. Incluso, siendo partícipe de una visita que tuvo el equipo a Paraná, a comienzos de este mileno, cuando disputo un encuentro ante la Primera División de Rowing en el campo de deportes La Tortuguita.

Por su parte Faiad, practica rugby hace 22 años en la ciudad del sur entrerriano y es reconocido en el ámbito provincial por sus dotes con la ovalada, desempeñándose generalmente como apertura. En 2018, fue distinguido con el premio Jorge Newbery, entregado por la Subsecretaría de Deportes de la Ciudad de Buenos Aires, en la Usina del Arte de Capital Federal por su incansable labor con el combinado nacional de rugby de sordos, que integra hace varias temporadas, entre las cuales llegó incluso a ser capitán.

Cabe destacar que este conjunto no está dentro de la órbita de la Unión Argentina de Rugby, aunque representa a la nación con el mismo orgullo que cualquier otro elenco.

El año pasado, en la última temporada activa para el deporte, el seleccionado nacional de sordos viajó a Nueva Zelanda para medirse con los All Blacks Deaf, en un periplo que para el plantel argentino representó un singular esfuerzo, puesto que con el fin de realizar el viaje, desde Rugby Sordos Argentina buscaron diversas maneras de recaudar fondos y básicamente, cada jugador debió costearse sus gastos.

SIMILITUDES Y DIFERENCIAS

En líneas generales, las leyes en el rugby para hipoacúsicos son las mismas que en el convencional. Solo tiene algunas variantes.

La única regla que a veces se quiebra es que los jugadores frenan el juego al sonar el silbato. En el Deaf Rugby, algunos referees usan una bandera colorida en vez del pito.

En las prácticas, muchas veces hay intérpretes de lenguajes de señas y como es de esperar, está prohibido el uso de audífonos, ya que podría ser peligroso ante un golpe. En el más alto nivel, los árbitros suelen revisar a los jugadores para asegurarse que ninguno lo use.

A raíz de los distintos niveles existentes de hipoacusia, puede haber equipos que tengan más jugadores que no oigan que otros. Para buscar que sea justo e inclusivo para los jugadores y equipos, hay mínimas variaciones a las reglas que se aplican por consenso y están basadas en la comunicación visual, el uso de banderas, señas de los referís y orientación para sordos para incrementar las señales visuales, además de intérpretes de lenguaje de señas disponibles para ayudar al referee.

La medida global para el rugby para hipoacúsicos es una pérdida de al menos 40 decibeles, aunque en algunos países se permiten jugadores con menor perdida para partidos que no sean competitivos.

CASOS INTERNACIONALES RESONANTES

En el más alto nivel, también hubo y hay casos de jugadores con hipoacusia.

Ben Cohen, campeón del mundo con Inglaterra en Australia 2003, es clínicamente sordo, con tan solo el 46% de la audición.

Mat Gilbert, quien jugara para Bath, Worcester Warriors y Llanelli Scarlets, es parte del seleccionado de sordos de Gales. Del mismo modo, Jodie Ounsley, jugadora del Sale Sharks, quien es profundamente sorda y juega para el seleccionado inglés de Sevens y para el conjunto de England Deaf.

Hoy día, el rugby de sordos está en más de 20 países y dadas las similitudes entre el rugby para hipoacúsicos y el rugby habitual, las uniones nacionales son las responsables de la gobernanza y administración del rugby y trabajan en colaboración con las partes interesadas del rugby de hipoacúsicos, con el apoyo de World Deaf Rugby, una organización que apunta a unir, inspirar y alentar a las comunidades de gente con problemas de audición.

En Argentina, a nivel oficial aún es una deuda pendiente trabajar para formalizar este seleccionado nacional desde la UAR (Unión Argentina de Rugby).

Mariano Matut y Gustavo Díaz son los impulsores del Rugby Sordos Argentina (RSA), que está destinado a todos los sordos del país que practiquen la disciplina y para aquellos que quieran aprender el deporte.

La mayoría de los jugadores que integra el seleccionado nacional juega en clubes de Córdoba, Santa Fe, Mendoza, Misiones, Jujuy, Río Negro, San Juan y Buenos Aires. Como los integrantes del equipo residen en diferentes puntos del país, los entrenamientos se hacen en forma de concentraciones, distintas veces en el año. Para continuar creciendo, no existen barreras.

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