«No quiero que sea el mejor…»

Esa mujer le preguntó a aquella madre, que aún con sus temores, acompaña día a día a su hijo a un club de rugby, a una práctica de rugby. ¿No temés que juegue a un deporte tan agresivo? ¿Creés que le hacés un bien? Aquella mamá sin titubeos le respondió: Lo más valioso que tengo es mi hijo y el mejor regalo que le puedo dejar es que sea una buena persona. La vida nunca deja de enseñarte y el rugby tampoco.

No puedo por mis miedos privarlo de ello. Igualmente, si bien me paraliza el alma cuando pienso en las lesiones, he vivido tanto en este tiempo acompañándolo, que mi mente y corazón va más allá de todo eso. Su club es la escuela donde no existen presiones por aprobar, en donde nadie va obligado, en donde no hay exámenes y en donde todos lo quieren por lo que es, no importa lo que tenga ni lo que sepa.

Aunque aún le cuesta porque es pequeño, ya aprendió que su camiseta se moja, se embarra, se estira, se rompe pero jamás se arruga. Voy viendo que cada entrenamiento lo hace más fuerte, y estoy segura que llegará el momento en donde entienda que cuando todo está en su contra, no deberá dejar de luchar por aquello que de verdad le importa. Tiene grandes maestros, los mejores diría yo, los maestros del alma, sus entrenadores. ¡Como se bancan la parada esos profes! Como los contienen, como sanan con esas palabras mágicas. Es emocionante verlos, llevan a lo más alto la palabra entrega, compromiso, valores morales.

Seguramente entenderá que no es bueno quedarse con el sabor amargo de no haberlo intentando, un rugbier jamás se rinde, ni aún en las peores batallas. Y después de mucho también comprenderá lo que es creer que se alcanza la gloria, como cuando estás a punto de apoyar un try y en un segundo la defensa del otro lado te lo impide. ¡Pucha me pensé que eso solo era la vida! Esta creciendo bajo la aceptación, ha empezado a valorar los silencios, las derrotas, a disfrutar a pleno las victorias que tanto cuestan. Esta aprendiendo a no fingir, salvo cuando quiere permanecer en la cancha, a no faltar el respeto, a aceptar las normas pero sobre todo que aquellas H que acompañan su camino no son mudas sino que gritan Humildad, Hambre de Gloria, Hermanos.

Lo he visto lastimado y a su amigo al lado ayudándolo a levantarse haciendo su dolor de él y viceversa. He escuchado cuando fuera de la cancha lo llaman por su apodo y lo alientan a que llegue a la meta, y cuando lo hace su felicidad es extrema y contagiosa. Ese apodo que tanto ama, aquel apodo que le quitó sus inseguridades y que cargará orgulloso por el resto de su vida. Seguramente también aprenda que no hay prácticas con gloria pero sin ellas tampoco se la alcanza. Su corazón siempre le marcará la diferencia entre aquellos que lo intentaron y aquellos que lo lograron. Y sabrá que el éxito es levantarse una vez más luego de que te hayan derrumbado. Sabrá que no hay nada más sanador que hacer lo que se hace con el corazón.

Y su certeza serán los otros 14, frente a otros 15, un silbato, la guinda y su alma. Muchos dirán que el Rugby no tiene nada que ver con la vida, no se cuanto sabrán de la vida… Pero de rugby nada. El será siempre un rugbier, el rugby será su primer amor, y tendrá la necesidad de devolverle al mundo todo el extraordinario aprendizaje recibido. Yo le he dado la vida y este bello deporte de rufianes jugado por caballeros le enseñará como enfrentarla. Todo esto que yo hago hoy, lo ha hecho mi padre conmigo, desde otro contexto por supuesto. Por eso mismo y nada más ni nada menos que por todo esto, no quiero que sea el mejor…. ¡Tan solo quiero que sea un verdadero rugbier!

POR LORELEY MARTÍ